Giorgio Agamben: “¿Qué es un Campo de Concentración?”:
“El Campo como Nomos Oculto de la Modernidad”:
Giorgio Agamben (1942).-
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El campo es el espacio que se abre cuando el estado de excepción empieza a convertirse en la regla. En éste, el estado de excepción, que era esencialmente una suspensión temporal del ordenamiento, adquiere ahora una disposición espacial permanente que queda como tal, pero siempre fuera del ordenamiento normal.
Es significativo que los campos aparezcan junto a las nuevas leyes sobre nacionalidad y sobre la desnaturalización de los ciudadanos (no sólo las leyes de Nuremberg sobre la ciudadanía del Reich, sino también las leyes de desnaturalización de los ciudadanos promulgadas por casi todos los estados europeos, Francia incluida, entre 1915 y 1933). El estado de excepción, que era esencialmente una suspensión temporal del ordenamiento, se convierte ahora en una nueva y estable disposición espacial, en la cual vive esa vida vegetativa que, en gran medida, ya no puede ser inscrita en el ordenamiento.
Es necesario reflexionar sobre el estatuto paradójico del campo en cuanto espacio de excepción: es una parte de territorio que está fuera del ordenamiento jurídico normal, pero no es simplemente, por esto, un espacio externo. Lo que está excluido en él es, según el significado etimológico del término excepción (excapere), tomado fuera, incluido a través de su misma excepción. Pero lo que, de este modo, está ante todo aprehendido en el ordenamiento es el mismo estado de excepción. El campo es, así, la estructura en la cual el estado de excepción, sobre cuya posible decisión se funda el poder soberano, puede realizarse establemente. Hannah Arendt ha observado que en los campos emerge a plena luz el principio que rige el dominio totalitario y que el sentido común se niega obstinadamente a admitir, es decir, el principio según el cual “todo es posible”. Sólo porque los campos constituyen, en el sentido que se ha visto, un espacio de excepción, en el cual la ley está suspendida integralmente, en ellos todo es verdaderamente posible.
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Entrada Auschwitz Birkenau (“El Trabajo Los hará Libres”).-
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Si no se comprende esta particular estructura jurídica-política de los campos, cuya vocación está en realizar establemente la excepción, lo increíble que en ellos ha sucedido permanece ininteligible por completo. Quien entraba en el campo se movía en una zona de indistinción entre exterior e interior, excepción y regla, lícito e ilícito, en la cual se carecía de cualquier protección jurídica; además, si era judío, ya había sido privado por las leyes de Nüremberg de sus derechos de ciudadano y, por consiguiente, en el momento de la “solución final”, completamente desnaturalizado.
En cuanto sus habitantes fueron despojados de todo estatuto político y condenados totalmente a una vida vegetativa, el campo es también el más absoluto espacio biopolítico que se haya realizado jamás, en el cual el poder no tiene frente a sí nada más que la pura vida biológica sin mediación alguna. Por esto el campo es el paradigma mismo del espacio político en el punto en el cual la política se convierte en biopolítica y el homo sacer se confunde virtualmente con el ciudadano.
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Placa conmemorativa de Auschwitz. 4 milones de judíos murieron en dicho campo. Los nazis mataron 6 millones de judíos durante la Segunda Guerra Mundial.-
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La pregunta correcta respecto a los horrores cometidos en los campos no es, por tanto, la que interroga cómo ha sido posible cometer delitos tan atroces a los seres humanos; más honesto, y sobre todo más últil, sería indagar atentamente a través de qué procesos jurídicos y de qué dispositivos políticos los seres humanos hayan podido ser privados enteramente de sus derechos y de sus prerrogativas, hasta el punto de que cometer cualquier acto contra ellos no resultara un delito (en este nivel, en efecto, todo era verdaderamente posible).
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Si esto es verdad, si la esencia del campo consiste en la materialización del estado de excepción y en la consecuente creación de un espacio para la vida vegetativa como tal, deberíamos admitir, entonces, que nos encontramos potencialmente en presencia de un campo cada vez que se crea semejante estructura, independientemente de la entidad de los crímenes que se han cometido y cualquiera sea la denominación y topografía específica. Será un campo tanto el estadio de Bari en el cual el 1991 la policía italiana amontonó provisionalmente a los inmigrantes clandestinos albaneses antes de enviarlos de nuevo a su país, como el velódromo de invierno en el cual las autoridades de Vichy recogieron a los judíos antes de entregarlos a los alemanes, como el campo de refugiados junto a la frontera con España en cuyas cercanías murió en 1939 Antonio Machado, como las zones dattente en los aeropuertos internacionales franceses en las cuales se detiene a los extranjeros que piden el reconocimiento del estatuto de refugiado. En todos estos casos, un lugar aparentemente anodino (por ejemplo, el Hotel Arcades en Roissy) delimita en realidad un espacio en el que el ordenamiento normal se suspende de hecho y, en el cual, que se cometan o no atrocidades no depende del derecho, sino sólo de la civilización y del sentido ético de la policía que actúa provisionalmente como soberana (por ejemplo, en los cuatro días en que los extranjeros pueden ser detenidos en la zone dattente antes de la intervención de la autoridad judicial). Pero también algunas periferias de las grandes ciudades postindustriales comienzan hoy a parecerse en este sentido a los campos. En ellas, la vida política y la vida biológica entran, al menos en determinados momentos, en una zona de absoluta indeterminación. El nacimiento del campo en nuestro tiempo aparece, bajo esta perspectiva, como un evento que señala de manera decisiva el mismo espacio político de la modernidad. Éste se produce en el momento en que el sistema político del Estado-nación moderno, que se basaba en el nexo funcional entre una determinada localización (el territorio) y un determinado ordenamiento (el Estado), mediado por reglas automáticas de inscripción a la vida (el nacimiento o nación), entra en una crisis estable y el Estado decide asumir directamente entre sus propios deberes el cuidado de la vida biológica de la nación. Si la estructura del Estado-nación está, por lo tanto, definida por los tres elementos: territorio, ordenamiento y nacimiento, la ruptura del viejo nomos no se produce en los dos aspectos que lo constituían según Schmitt (la localización, Ortung, y el ordenamiento, Ordnung), sino en el punto que señala la inscripción de la vida (el nacimiento que, de este modo, se convierte en nación) en su interior. Algo no podía funcionar ya en los mecanismos tradicionales que regulaban esta inscripción y el campo es el nuevo regulador escondido de la inscripción de la vida en el ordenamiento -o, mejor, el signo de la imposibilidad del sistema de funcionar sin transformarse en una máquina letal-.
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La separación creciente entre el nacimiento (vida vegetativa) y el Estado-nación es el hecho nuevo de la política de nuestro tiempo y lo que llamamos campo es este desnivel. A un ordenamiento sin localización (el estado de excepción, en el cual la ley está suspendida) corresponde ahora una localización sin ordenamiento (el campo, como espacio permanente de excepción). El sistema político ya no ordena las formas de vida ni las normas jurídicas en un espacio determinado, pero contiene en su interior una localización dislocante que lo excede, en el cual toda forma de vida y toda norma puede ser virtualmente adoptada. El campo como localización dislocante es el cuarto, inseparable elemento, que ha venido a unirse, resquebrajándola, a la vieja trinidad estado-nación (nacimiento)-territorio.
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Steve Reich – Different Trains (Europe – During the War):
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Links Post:
http://es.scribd.com/doc/6804990/Agamben-Que-Es-Un-Campo
http://www.biopolitica.cl/docs/Paredes_texto.pdf
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